29 de enero de 2012. 2:42 a. m.

El culto al cuerpo, la obsesión por el consumo y la comunicación se volvieron contra el individuo, Existir en este mundo contemporáneo se ha convertido esencialmente en un conflicto interno, la vida contemporánea es una contradicción espiritual para el individuo criado en el frío y desolado abrigo de occidente.

Todos sus valores se caen bajo su propio peso, y se vive en constante incertidumbre;  pareciera que la civilización estuviese en un largo derrumbe, que ya ha durado bastante. La postmodernidad precede con el cambio del formalismo del estructuralismo al nihilismo del posestructuralismo. El primero tiene como fin relacionar las formas de comportamiento de cada sujeto para encontrar un común
denominador entre ellas y determinar así un lenguaje universal, una
codificación a partir de la sociología.

       En el posestructuralismo, en cambio, se definen las estructuras psicológicas del sujeto a partir de los medios masivos de comunicación, entonces se absolutiza la semiología y se oculta el sujeto como entidad única, haciendo de todo un producto del mero consumo [ARAD P-ONN] 

Por pesimista que suene, el fin es una promesa que se aplaza, que deja solo expectativa pero que no concluye de modo contundente. Ni  el individuo, ni la masa encuentran ya descanso o redención en religión, excesos, dinero, superficialidad, búsqueda del conocimiento, ascetismo o corruptibilidad, y si lo hace, se engaña.  Este sinsentido que predomina contamina incluso al espíritu más noble, al alma más elevada. De este modo, la condición corruptible del espíritu del individuo contemporáneo se ve expresada en las artes.

Ahora, partiendo de la concepción de que el arte es la manera de sintetizar el sentir y pensar de un tiempo y una sociedad determinada, así como el sentir y pensar particular del artista acerca de la misma, podríamos decir no que el arte ha muerto como se ha planteado, sino que se arrastra del mismo modo que se arrastra occidente, en inacabable agonía. Aunque esto no parece molestarle mucho al artista, de hecho, tiene el descaro de aprovecharse de esta situación de desconcierto y sacarle el mejor partido, con las mejores intenciones, claro está.

¿Cuál es el problema del arte? ¿Cuál es el objetivo del arte? ¿Cómo se desarrolla el proceso estético bajo las circunstancias de la contemporaneidad?  Repasemos los hechos rápidamente; al crítico e historiador le encanta dividir los momentos temporales en “épocas” o “periodos” que se determina por el interés del sistema socioeconómico predominante, de este modo se han podido clasificar los momentos y vertientes en la historia del arte hasta este tiempo como lo conocemos. Entonces tenemos al arte moderno y al arte contemporáneo o postmoderno sobre la mesa, el primero ubicado cronológicamente desde la mitad del siglo XIX hasta mediados de 1930, el segundo, desde principios de los 50’s hasta el 29 de enero de 2012 a las  2:42 a. m.

El arte moderno fue el reflejo de los múltiples y vertiginosos sucesos que se vieron enmarcados dentro de este periodo de tiempo, los avances científicos, la industrialización, la primera guerra mundial, para tomar algunos ejemplos. Del mismo modo el arte “posmoderno” es la personificación de todos los traumas del individuo a partir de lo que fue en un principio la segunda guerra mundial y los sucesos que le continuaron, entonces el alimento del arte contemporáneo es tanto el trauma posmoderno, el miedo, el desconsuelo, la incertidumbre del individuo occidentalizado, como una clase de nostalgia.

Aspectos como el avance de las telecomunicaciones, el proyecto de globalización, las situaciones político-económicas que desembocan en conflictos en países usualmente tercermundistas también son referencias para artistas de toda corriente y estilo. Pero, principalmente, más que mirar la práctica artística como un ejercicio de observación del contexto, hemos concluido que el arte contemporáneo es la sesión de terapia de la humanidad. Entendiéndose más como un tratado sicoanalítico codificado, el arte ha servido como muestra de todos los demonios que agobian al individuo perdido en una constante implosión, como una terapia o un consuelo para el individuo en  eterno devenir, una esperanza en cierto sentido.

He aquí que toda la carga histórica de occidente, conlleva a crear un imaginario roto, un llanto, una ansia de sentido; el individuo se mueve en un letargo constante, la masa, en su conglomeración de desencuentros, pulula ida de toda virtud generada principalmente por el desengaño ocasionado por la doble moral de las instituciones que estructuran la civilización. Familia, religión, estado, todos desvirtuados, todos corrompidos, han destruido el sentido de identidad, partiendo el individuo inicialmente, en dos, luego, en miles, “hay mucha gente aquí dentro de mí, todos gritan y todos callan”. ¿Quién como el contemporáneo para no sentirse en ninguna parte? Somos los restos sobrantes de la bodega del Dr. Frankenstein, un número negativo, no somos hombre, no somos superhombre, no somos homínidos, no somos nada.

¿Es culpable la posmodernidad misma de esto? Dadas las circunstancias históricas, no es así, ya que la posmodernidad teóricamente es la superación del modelo anterior basado en la racionalidad del estructuralismo, lo que sucede, es que dados los acontecimientos que precedieron a la década del 50, principalmente las dos guerras mundiales, la modernidad y su modelo perdió toda validez, dejando los malestares posteriores. Hace falta una cachetada en el ego, olvidarse de la pretensión, del mercantilismo de los signos, de las palabras rebuscadas y los mamotretos obsoletos, hace falta llegar a una catarsis, y empezar de nuevo, con la intención de doler, sino también de dañar.

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